En una ciudad tan grande, peligrosa
y diversa como lo es Bogotá, se pueden ver infinidad de personas, Todas
distintas entre ellas. Unos de los recuerdos más bellos de mi vida fue cuando
iba a transitando en la estación de Ricaurte, el reloj marcaba las doce y la
impaciencia me invadía al cruzar ese eterno puente; nunca conté con el hecho de
tropezarme en la mitad en mi camino, y por ningún motivo hubiera pensado que
esa pequeña caída me llevaría directo a los brazos del hombre que fue el amor
de mi vida. Era mágico ver como sus ojos marrones me miraban con ternura y su
hermosa sonrisa me decía que en sus brazos no tenía nada que temer.
Su nombre era Kevin y pensar en él
era algo completamente indescriptible; era tan guapo como tierno y tan
inteligente como amoroso; me basto muy poco tiempo para descubrir que era ese
tipo de hombre con el que toda mujer soñaría estar. Un hombre con ideales
claros en la vida, un hombre dedicado a su trabajo, su familia y a su pareja;
un hombre que tiene tantos sueños y deseos como sangre y piel. Nuestra historia
de amor pese a que no duró lo que esperaba sí duró por muchos años. Hoy
reconozco con gran tristeza que fue enteramente mi error.
Yo era una mujer algo apasionada e
impulsiva, soñaba con conocer las cosas bellas que tiene la vida; pero también
amaba tomar riesgos, era un éxtasis para mí la sensación que provoca la
adrenalina al recorrer todo mi cuerpo. Era un deseo que me impulsaba ser “una
chica mala” pero esa “maldad” que alguna vez amé, se convirtió en la razón de
muchos meses de llanto.
Cuando conocí a Kevin descubrir lo
maravilloso y mágico que puede llegar a ser el amor verdadero. Nunca me imaginé
que una mujer como yo pudiera ser merecedora de ese cariño tan especial, de
esos detalles llenos de dulzura, de aquellos momentos de romance y de alegría,
en fin, de todas esas pendejaditas que uno siente cuando por primera vez se
enamora. Pero a pesar saber que lo tenía todo, me sentía incompleta; pensaba
constantemente en la juerga, el libertinaje, el desenfreno de antes, ¡me hacía
tanta falta! Y fue por esa razón que estúpidamente decidí arriesgar y perder.
Cuando por fin convencí a Kevin de
ir por primera a un bar me sentí liberada. No recuerdo hacia donde lo lleve aquella
vez; tal vez a la primero o a chapinero, el punto es que él se sorprendía de
contemplar la facilidad con la que me desenvolvía en ese entorno que para él
era tan nuevo. Éramos una pareja feliz y ebria esa noche. Y en medio de la
pista conocí al sujeto más interesante que alguna vez vi.
Su nombre nunca lo supe, pero con
el volví a sentirme viva (o al menos sentí lo que estúpidamente creí que era la
vida en aquel entonces) fueron casi tres meses de dicha, pero poco fue lo que
disfrute y mucho lo que tuve que pagar.
Un día desprevenidamente ambos
hombres llegaron a mi puerta, y confundidos me llenaron la cabeza de
acusaciones y quejas, yo no hice otra cosa más que llorar y pedirle perdón a
Kevin; pero ya era muy tarde, él había tomado al decisión de irse, y qué
sorpresa darme cuenta de que ninguno se fue solo, sino que ambos tomados de la
mano decidieron alejarse de mi camino emprender juntos el suyo.
Esto me dejo una gran lección:
apreciar lo que se tiene no es dejar de vivir, y cuando se vive en pareja cada
paso que se da, se da junto al otro. Nuca se sabe cuando la suerte te pueda
cambiar.
Autor: Brayder León
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