…
de verdad querés saberlo? es una extraña historia. Qué te cuente? No, ahora soy
otro, además es un poco larga, déjame decirte un poema. Si me das un beso. Y
qué más? No, dámelo ya, después te vas
como todas las noches y entonces pienso que ya no volveré a verte. Está bien,
te la contaré pero esta noche te quedas. Cierto día, antes de conocerte, me
desperté y luego de trabarme decidí que todo debía cambiar, que mi vida tenía
que ser otra cosa más que vivir en una tumba de cemento y salí a caminar al
bosque hasta que llegó la noche y me envolvió en su sueño. A la mañana el
crepúsculo matutino llegó a mi alma en el espíritu de un hongo que crecía en
una boñiga, entonces estuve perdido por varias semanas; muchos me creyeron
muerto. Cuando regresé me examinaron los médicos, dijeron que había sufrido una
seria intoxicación, la cual afectó profundamente mi psique y me diagnosticaron
algo así como un trastorno esquizoide; no tenía cura. Igual siempre me han
dicho loco, entonces me dio lo mismo. Lo que me pasó durante esos días, no lo
recuerdo, pero al poco tiempo se me comenzó a revelar una nueva forma de ver el
mundo, una cosmovisión en la que todo gozaba, participaba de la esencia divina
pero desde su propia esencia. Dios podía estar allí mismo donde lo buscaba si
sabía cómo buscarlo, en las montañas, en los animales, en las piedras, en las
flores, en el agua, en lo que la gente llama drogas… El uso de plantas sagradas
era para mí la manera de comulgar con divinidades más sabias y ancestrales que
las predicadas por cualquier hombre, de acceder a experiencias y conocimientos
vedados para los conformistas. Siempre me han gustado las drogas pero sólo
desde entonces comprendí su razón de ser y por qué para mí eran tan
importantes. Han sido años difíciles, y he perdido, sí, pero también ganado; no
cambiaría mi vida y lo que he aprendido si pudiera. Dios estaba en cualquier
lugar y las drogas milenarias eran el mejor sitio para buscarle aquel para
quien la religión nunca había servido. Eran una puerta a una comunicación
secreta y esotérica entre espíritus que de otro modo nunca se habrían
conectado. Había mucho que aprender, yerbas, flores y hongos con millones de
años de evolución y sabiduría cósmica estaban a mi disposición. Sí, esa era más
o menos mi teología, no sé si me entiendas, cada quien tiene derecho a creer lo
que le dé la gana y de llamar a su Dios como quiera, ese es un asunto personal,
nos lo recuerda el antipoeta. Espérame me doy unos plones para animarme, no me
he trabado en todo el día; (…), en que iba, ah sí, entonces mirá que ya no
sentía angustia, ya no más crisis existenciales, ya no más melancolía y todo
por un pequeño hongo ancestral. Al cabo de un año dejé la ciudad otra vez y
volví al bosque ansioso de nuevas experiencias místicas. Ya no se trataba sólo
de consumir, sino sobre todo de investigar, llegar al origen de todo,
desentrañar la cosmogonía misteriosa de mi espíritu. Debía estar consciente,
debía recordar, no podía entregarme a un placer desenfrenado que se limitara al
instante, debía conocer el éxtasis que nos permite ser partícipes de la infinitud,
tenía que encontrar la droga de la Harmonía que me revelara mi esencia divina.
Quería saber de dónde me habían venido estos nuevos sentimiento, esta nueva fe
solitaria que iluminaba mis dudas como una tea espiritual. Caminé durante horas
dejando atrás las luces y el bullicio de las multitudes, adentrándome por
senderos cada vez más estrechos. La noche llegó sin cansancio a acompañarme con
su palpitar de estrellas. Me sentía bien con mi soledad, sin ningún ser humano
que me importunase en mis meditaciones. Mis pasos me llevaron hasta una pradera
en la que una región de hongos se extendió ante mí como una visión psicodélica.
No, no alucinaba sentía cómo sus espíritus me hablaban. Sabía que no debía
comer ninguno si quería lograr mi objetivo. Agucé el oído escuché muchas voces,
las luciérnagas con su lenguaje de luces invocaban astro lejanos, los grillos
cantaban sus canciones de amor, un búho consultaba oráculos en el viento, un
murciélago conversaba con una polilla, la hierba innumerable recitaba cada una un
verso a la luna que no había., Los más escandalosos eran los hongos, pero
conversaban entre ellos en un idioma que no comprendía. Sería este el origen de
lo que me habían diagnosticado como mi enfermedad? La verdad, no me importaba
si estaba loco o no, solamente hacía lo que me nacía del corazón. Pasé horas
buscando entre los hongos, escuchando sus voces, esperando reconocer en alguno
la voz de mi ancestral hongo. Tal vez fue un hongo al azar que elegí entre
todos los hongos, o quizá fuera un hongo predestinado, o un hongo enviado por
la Providencia para cambiar el rumbo de mi vida. Pero ninguno hablaba con mis
palabras. No te rías, por favor, por eso no quería contarte nada, te estoy
hablando de mis creencias. Qué siga? Si te disculpas con un beso; está bien,
seguiré, pero me das el beso eh? Eres muy hermosa. También era un amanecer
hermoso cuando me desperté cubierto de rocío y hojas. Estaba cansado, había
caminado toda la noche llegando hasta un valle estrecho y boscoso. Y los
hongos? Quedaban atrás, al parecer no había nada entre ellos, tal vez no
existía el hongo ancestral, el hongo de las revelaciones, pensé que todo sólo
había sido una ficción de mi mente. Solamente recogí un hongo que yacía en
silencio, apartado de los demás y me lo eché al bolsillo. Bebí del rocío en un
musgo y me comí una flor.
Comencé
a subir la montaña siguiendo un camino empedrado que encontré hacia el occidente,
el camino se adentraba hacia quebradas y terrazas abandonadas. Al llegar a la
cima encontré una pequeña aldea que presentí deshabitada, me acerqué a una casa
con la intención de llamar a alguien, pero estaba sola. En la entrada había una
cañita colgada junto a caracoles y láminas de oro con Escrituras que no
reconocí, todo se movía al son del viento produciendo un bello sonido que rimaba
con la soledad del lugar. Cogí la cañita y de su interior salió un polvo que
parecía laguna especie de rapé. Lo esnifé de inmediato. No tenía sabor, pero su
efecto era confortante y aclaraba la mente. Me senté a descansar los minutos
pasaron dentro de mí como años sin envejecer, el tiempo fluía en mi sangre como
un río circular e infinito. Las palabras cambiaban de sentido en mi pensamiento
una y otra vez hasta convertirse en polvo. De pronto comencé a escuchar una
voz, era una voz como de niño inquieto y curioso, más era una voz hacha de silencio.
Ey, ey, aquí, aquí, en tu bolsillo. ¡Era el hongo! Lo saqué de mi bolsillo
emocionado. Estaba equivocado, sí existía el Hongo, pero no era un hongo ancestral,
era un hongo de mi generación que me dijo en su idioma de silencio: el camino
aquí no termina, debes continuar, más allá de las estrellas; y al instante se
hizo fuego y subió a los cielos hasta desaparecer hacia el heliaco de un gran
lucero. No, no me lo comí, sí, no, sí estaba trabado pero no, era algo que ya
había intuido en ciertos momentos de mi vida, pero que hasta entonces reconocía
en los astros. Me dirigí hacía la dirección señalada por mi pequeño amigo.
El
atardecer caía sobre la cordillera con un color rojo sangre. Era como si el
cielo estuviera herido de muerte y se desangrara, las fieras salvajes gimieron
bajo su influjo. Sentí algo de miedo, pero nunca pensé desistir. La noche llegó
con su telaraña de sombras y me atrapó en su bruma. No sé durante cuantas
noches más caminé, por momento creí perder el rastro, mas el cielo estaba en mi
sangre. La naturaleza se hacía cada vez más espesa, sin caminos, indómita. Por
un segundo me detuve a meditar y caí e cuenta de que no amanecía; no sé si
fueron mil noches o mil años los que había avanzado, lo cierto es que mi alma
era un árbol más que ascendía al sol sin nunca poder alcanzarlo, de mi anterior
persona no quedaba nada. Ningún hongo, comprendí, ninguna droga podía mostrarme
lo que buscaba: mi propia esencia. Las plantas y hongos sagrados sólo podían
revelarme Dioses de plantas y hongos, así como los hombres sólo habían podido
enseñarme Dioses de hombre. En quien creen los Dioses? Me pregunté. Pensé que
en algún lugar debía existir aluna especie de Dios creador de Dioses, pero si
así fuera no podría llamarse Dios pues sería algo supradivino. Miré el cielo no
veía ni un estrella, sobre mi sangre, había perdido el rastro, era como si nada
existiese, como si no hubiera espacio ni tiempo. Yo mismo era parte de esa
oscuridad que como una tumba lo encerraba todo. Recordé mi ciudad y la vida que
allí llevaba. De repente sentí, un vacío en mi interior, un vacío que se
revelaba en el ambiente a cada respiración mía. El vacío al fin se hizo voz
dentro de mí y me habló: Nos encontramos de nuevo; me quedé atónito, antes de
que pudiera responderle me dijo: Fue innecesario lo de la última vez, pudo
morir y aún no es tiempo. Espera mi vida, me parece que esto ya pasó, no es
éste un deja-vu en el que nos besamos? Predecible? Jeje, sí, tienes razón, pero
es mi vida, mi historia, lo que me pasó; La muerte se me presentaba como un
abismo adentro mío mirándome con todo su olvido inexorable. Su aspecto? Es
imposible describirla, no existen las palabras, no hay metáforas para hacerlo.
Ausencia o plenitud de la Poesía, en ella daba lo mismo. Si es la nada que
usaba de máscara ya no puedo decírtelo, pues no había muerto, pero estuve a un
segundo de estarlo durante toda esa noche o esas mil noches. No lo sé. Lo que
yo pienso es que todo lo que vive sigue existiendo de alguna forma y
transformándose y sirviendo de base para la incesante evolución de la vida. La
muerte de una estrella permitió que tú y yo hoy estemos vivos y podamos llegar
a besarnos.
Así
como existe una metafísica humana, debería existir también una metafísica de
los astros y de todo lo que muere. La renovación y evolución del universo sin
ella no es posible. Millones de muertes son la senda que tomó la vida para
llegar hasta nosotros cada vez más perfecta, no, con perfecta no quiero decir
eso, sino más bien consciente. Tú y yo moriremos amándonos para que la vida
continúe. La Calaca no es el final del camino, Buda no murió para iluminarse.
Yo siempre me la imaginé como una bella mujer que una noche llegaría a mi lecho
para llevarme a la tumba con un beso siendo mi último estertor un orgasmo. O
también como ese funéreo jinete que con su flamígero sable cruza el cementerio
sobre una bestia infernal en el grabado fantástico de Baudelaire. Qué más me
dijo? Tu nombre y que aún no le pertenecía, que primero tenía que ser tuyo. Es
en serio, cundo te nombró brilló un gran lucero en el cenit, luego sentí un
gran dolor y quedé inconsciente.
Me
desperté en una habitación, adolorido, una hermosa mujer me sanaba unas
profundas heridas en el torso. ¿Quién eres? Le pregunté con dificultad. Shhh.
No hables, me dijo, te ha atacado un tigre, te encontré hace días agonizando en
la quebrada, cerca de la casada, si no es por mí te habrían comido ¿Dónde
estoy? En la ciudad antigua, me contestó. En el templo, soy la sacerdotisa. Me
dio una pócima extraña y me volví a dormir. Al despertar de nuevo, amanecía, el
sol me era desconocido. La luz se filtraba por el balcón dándome renovados
ánimos. Entró la mujer, sólo hasta entonces reparé en su desnudez, era un
poderoso animal. Me hice el dormido, ella se sentó a mi lado, y cantó una bella
canción en lengua santa y muerta mientras me lavaba las heridas. Cuando iba a
irse la saludé. Oh, me respondió; te he despertado, perdóname, ¿Cómo has
seguido? Cansado, pero ya no me duele, respondí ¿Cómo me ha encontrado? Fue en
el bosque, me dijo, a veces es muy peligroso y no es conveniente salir
desarmado, aún no entiendo que hacía allí, sin nada que lo protegiera. Me
buscaba a mí mismo, le respondí; pero al parecer tú me encontraste primero.
Sonrió y me miró a los ojos, era una felina y cautivadora mirada. Bajé la mía
recorriendo su cuero. Era un animal bellísimo, poderoso. Más bella que yo?
Diferente. Ella era una belleza arquetípica, primigenia. Tú eres una belleza
esencial y definitiva. Si te desnudaras podría decirte mucho más. Te necesito,
me dijo ella. Estoy sola en el templo, y los cuerpos de las víctimas dan mucho
trabajo para una mujer. Tal vez aquí encuentres algo delo que buscas., a veces
tienes que dejar de ser tú mismo para encontrarte. ¿Cuál es tu Dios? Le pregunté
¿Dios? Me dijo ¿Qué es Dios? ¿Qué, no sabes? Le pregunté asombrado. No lo sé,
me respondió, nunca había escuchado esa palabra, ven, me dijo, acercándose
sobre mi cuerpo, inclinándose sutilmente hasta que sus pezones rozaron
levemente mi pecho, dime qué significa al oído. No supe qué contestarle. ¿A
quién adoras? Le pregunté al fin. Se sentó a mi lado y me dijo, a mí misma,
sola estoy aquí, ¿A quién más podría adorar? Tú, ¿A quién adoras, a eso que
llamas Dios? ¿Acaso es más hermoso que yo? Me miró a los ojos de nuevo, yo los
volví a bajar y miré sus labios, eran perfectos, como los tuyos. No, no sé, le
respondí balbuceante; me dijiste que eras sacerdotisa, y que estoy en un
templo, no te comprendo. Mita, me dijo, iré sus senos, eran preciosos (…), lo que
no entiendas puedo enseñártelo, pero no te confundas con una cosa y con la
otra, creí que eras un poeta, yo puedo darte Poesía, no eso que llamas Dios y
que tampoco sabes qué es. Si buscas la Verdad afuera de ti, nunca la
encontrarás. ¿La has encontrado tú? Le pregunté. A la Verdad, me respondió
sonriendo, nunca he tenido que buscarla, me basta con mi hermoso cuerpo. Se
paró y se dirigió a la puerta, antes de irse, me dijo: Descansa, esta noche es
tu iniciación. Salió. Me quedé pensativo; busqué entre mi mochila, saqué un
poco de yerba y me la fumé. Así se me fue la tarde. Cuando ella volvió, anochecía.
Yo estaba en el balcón mirando el mar en el horizonte, la luna salía. Me saludó
con una solemne inclinación, vestía un velo transparente que la brisa
entreabría ¿Cómo supo que era poeta? Lo vi en sus ojos mientras agonizaba, me
dijo, por eso te salvé, pues a pesar de ser mortal, tienes un corazón puro.
Quería preguntarle, le dije, qué es el rape de la aldea donde no hay nadie? Oh,
fue eso, me respondió esbozando una leve sonrisa, lo llamamos polvo de
estrellas, es para los espíritus. No debió inhalarlo, sin embargo, al parecer
es por él que está aquí ¿Qué contiene? Le pregunté. Preguntas demasiado, me
dijo, eso me gusta. Nadie lo sabe, solamente tú lo has probado. Ven, vamos, es
hora. Déjame ver la luna un minuto más le repliqué, llevo mucho tiempo sin hacerlo.
Se quedó a mi lado, callada, mirando la luna salir del mar, parecía que llorara
y que todo el océano fueran sus lágrimas. Escríbeme algo, me suplicó luego de
un rato. Tomé su brazo izquierdo y escribí en él:
La luna marina ha salido
Ahogando el sol entre sus lágrimas
Me llorarás tú, mujer, cuando me vaya?
Sonrió
sin mirarme y le dije, vamos, estoy ansioso. Salimos de la habitación,
recorrimos varios pasillos hasta salir a la terraza extensa de un altar en el centro.
Filas de cráneos adornaban el lugar. En este lugar es donde llegó el clímax de
mis ceremonias, aquí la belleza me bautizaba con su nombre cada noche, me dijo.
El universo me hizo hermosa para en mi cuerpo contemplarse, no le pertenezco a
nadie mas todo me pertenece. Eres mío te he salvado la vida, me perteneces.
Nunca he sido ni de mí mismo, le
respondí, pero te debo la vida, seré tu esclavo hasta saldar mi deuda. Me miró
complacida, luego rio con una risa infantil y cogiéndome de la mano me dijo,
vamos termino de enseñarte tu nueva casa. Llegamos a un gran jardín con un lago
en el centro. Estaba poblado de ababoles, lotos, cannabis, índica y otras
plantas que desconocía. Hacia el fondo un bosque de árboles milenarios se
extendía con varias esculturas de la anfitriona, y ahora ama, en posiciones
tribádicas consigo misma. Este sitio es muy especial, me dijo, es donde vengo a
meditar. Tomó un seno entre sus manos y se lo chupó con gesto lascivo mientras
me miraba. Tímido y excitado, solamente pude coger un ababol y se lo puse en el
cabello, luego desvié mi mirada hacia el bosque. Ella recolectó varias plantas
y raíces y dijo, con esto bastará para la Noche. Las machacó en un pequeño
mortero, las pasó por agua y me dio a beber; luego cogió una flor de la misma
especie que había comido al principio de mi viaje, pero ésta era de color
blanco, y me ordenó comerla. Después fuimos al bosque, allí tomó hojas secas de
diferentes especies, las frotó por varias partes de su cuerpo y me hizo
pulverizarlas, lo cual hice y las inhalé. Con esto saldrá de ti cualquier
hechizo, solamente mi magia estará en ti; por favor, deja de probar todo lo que
se te aparezca por ahí, las drogas son para los enfermos y tú no lo estás.
Ahora vete, debes preparar a la víctima. Me dirigí hacia las mazmorras pensando
lo que acababan de decirme; las celdas yacían inundadas de calaveras y cuerpos
desnudos. Llegué a la indicada, una bella joven dormía; la cargué hasta el
altar en la terraza. Mi Ama regresó, con un velo negro sobre su cuerpo. Llevaba
una daga en una mano y un collar con un gran uroboros de oro en la otra. Puso
el collar en el cuello de la víctima, musitó una oración y luego la hirió en
ambos brazos. Sangre de un rojo adamantino brotó de la piel blanca; tinajas
dispuestas recogían el líquido. Entonces comenzó a frotar su clítoris mirándola
morir, gimiendo excitada como una fiera. Después se quitó el velo, se bañó en
la sangre extasiada y me dijo: no te quedes ahí parado no más, ven, quieres
poesía? Hagamos el amor con ella. Lo hicimos, cuando iba a venirme me hizo
eyacular dentro de la muerte. Qué? A ti también te lo haría si murieses;
además, no olvides que le debía la vida. Con la muerta? No, no sentí nada
especial, especial sería contigo. Con
ella? No sé, no sabría decírtelo, sólo sé que fue algo lunático. Después llevé
el cuerpo afuera. Me indicó un camino entre el bosque hacia un viejo
cementerio. Me dio su daga y un amuleto para protegerme. Caminé desnudo bajo la
luna con el cadáver que acababa de poseer al hombro. Un viento frío venía del
sur y me envolvía con sus frías caricias. Era un cementerio muy antiguo, lo
único que identificaba las tumbas era un círculo de piedras. Cavé una fosa y
allí la deposité delicadamente, como si aún viviera. La sepulté, recogí varias
piedras e hice un círculo alrededor. Miré la daga y me dio un impulso de
suicidarme, mas me contuve, ya no tenía por qué hacerlo, sin saberlo no sentía
rastros de Dios en mi corazón. Recordé mis años de infancia cuando aún no me
había contaminado con ninguna divinidad y no sentía la angustia que me haría
desear tanto la Muerte.
Reconocía
la religión, pero ésta para mí, no era más que historias inventadas para
entretener a los hombres. Fui expulsado de la escuela por esto, acusado de no
creer en Dios. No comprendían que el creer o no creer no fueran patrones con
los que yo concibiese el mundo. Queriendo rebelarme negué a Dios para conocerlo
y saber qué o quién era, pero no encontré más que un vacío existencialismo;
había caído en la trampa; creía; creía que Dios no existía. Más tarde,
queriendo no creer, comencé a simpatizar con lo que llaman satanismo, hice
pacto con el Oscuro, blasfemé y me inicié en las voluptuosidades que sólo
pueden sentir quienes se entregan a insultar a Dios, pero igualmente nunca
volvía a ser el mismo. ¿El Diablo? Esa es otra historia, primero déjame
terminar ésta. Bueno, por el momento sólo te diré que él que me reveló que Dios
no es el único camino para acariciar la sabiduría. Mi alma? No, no se la vendí,
lo engañé, mi alma siempre te ha pertenecido, desde antes de conocerte. No,
ella no era una mujer sin alma, a veces pienso que no pertenecía a este mundo
fenoménico. Cuando volví no la encontré en ninguna parte, la busqué por todo el
templo pero no estaba. Fui a mi habitación, me fumé un bareto y me dormí.
Al
día siguiente, cuando desperté, estaba en el balcón mirando hacia el mar. Era
una hermosa mañana de agosto deslizándose en su piel cálida. El océano llegaba
con aromas hasta ese momento desconocidos. Un ave cruzó el cielo como un signo
premonitorio que quise obviar pero que persistió en el ambiente. Me levanté y
me dirigí hacia ella. ¿Quién eres? Le pregunté. Me miró distraída, como un
animal inocente. Soy tu Ama, dijo, lo haces bien, eres obediente. Pensé que
sería más difícil. Te debo la vida, le dije, debo obedecerte. La chica, también
era tuya? Me miró fijamente,
inexpresiva, pensé que adivinaba lo que pensaba, y mientras sus ojos me
cultivaban habló: ¿por qué te duele su muerte? Ese era su Destino, no tenía
elección. Y mi Destino, ¿cuál es? Le pregunté. Eres mortal, deberías saberlo,
me respondió. Lo que sé es que el poeta muere y la Poesía permanece, le dije la
inmortalidad no me interesa solo quiero la infinitud, llegar más allá… Que
ingenuo eres, me dijo riéndose, lo que buscas tú mismo lo creaste; ¿por qué me
hiciste poseerla? La interrumpí; falta que pongas de tu parte, prosiguió, como
si no me hubiera oído, eres muy dócil y sumiso por más rebelde que quieras
parecer con tu ropa rota y tu cabello largo; si te hubiera dicho anoche que
debías suicidarte seguro lo habías hecho. Aprendes rápido, pero debes ponerle
más emoción; no sé cuál es el misterio que ves en la muerte si es algo tan
natural, como el sexo; no deberías pensar tanto en ella, deberías pensar más en
el Amor. Pero es que aún no quiero morir, le dije, todavía soy joven y además
mi obra no termino de escribirla y tus bellos ojos… Suspiró y me dijo, yo no
estoy hablando de morir, me dijiste que querías infinitud, a veces te
contradices, esto no se trata de poder; ayer te mostré cómo hallarla mas tú no
quisiste sentirla, y ahora crees que quiero matarte, jajaja, pero si te salvé
la vida, ¿acaso no sabes distinguir las cosas? Debes dejar esa obsesión que
tienes con el más allá, más acá es donde eres infinito, si tú quieres tu
corazón puede ser el corazón del universo, yo, por ejemplo, soy infinita en el
orgasmo. tú también puedes serlo si me amas porque quieres y no porque te lo
pida; mi metafísica es el plaer, estoy dentro de ti más de lo que crees, yo
puedo hacer que tu dolor sea placer, y tu misticismo orgasmo, Pero me estás
hablando de cosas materiales y yo busco es a Dios, le reproché ignorante, y me
contestó poniéndose muy seria: No te burles de mí, tú no sabes lo que buscas ni
lo que quieres, lo que yo hago es sagrado, lo irreal es real cuando se crea,
entonces me dices que tu Poesía no existe! Debes dejar de dividir tu vida para
saber quién eres. Trató de disimular varias lágrimas y me dijo en un tono
fulminante: si tu Dios es mejor que yo, vete, eres libre, nunca me has debido
nada; me dio un beso y se fue.
Me
quedé perplejo. Comprendí que había cosas que nunca entendería pues debía vivirlas sin pensarlas, y que para creer
en algo como Dios, primero tenía que creer en mí mismo. Me fumé un bareto
mirando el mar, tomé la daga y el amuleto y me fui. Regresé a mi ciudad, con el
corazón enfermo y la mente desquiciada, me entregué al alcohol y a las drogas
químicas, quería olvidarme de todo. Ya sabía quién era, y eso me atormentaba.
Ahí es cuando vos entrás en mi historia, cuando te conocí aquella tarde hace ya
varios años. Te vas? Pero si apenas… Y mi beso? Creí que era en la boca.
Mañana? Prométemelo; Chao, te quiero mucho…
Carlos Mario Ospina