Unos hermosos ojos que evidencian
más de sesenta años de estar viendo cosas en el mundo. Sólidos y firmes no dejan
escapar la lágrima que quiere fluir involuntaria ante un traslado que se anuncia
inevitable, pero no se sabe dónde, nadie avisa cuándo. Sólo existe la
conciencia de que será más difícil la visita: el tiempo, el viaje, los costos… Quizás también tenga ventajas y sea mejor así, Ojalá se lo lleven pronto y
esperar a ver qué pasa.
Los mismos ojos observan con un
gesto que expresa a la vez suplica y estoicismo al guardián que ha puesto a un
lado las tortas que con tanto amor ha preparado con huevos campesinos para su hijo
encarcelado. No se las van a entregar, no hay explicaciones, una espalda ignora
el gesto y continua separando más comida que se acumula como basura a través
del largo pasillo, que ahora la lleva,
con tortas o sin ellas, al abrazo fantástico del hijo que solo quiere verla,
que solo espera que su amada mamita no sufra tanto en la fila y en la entrada
para que no se canse de venir, para que lo acompañe con su fortaleza. ¡Qué se
va cansar! Desde lejos se ve de qué está hecha, de tierra firme que sólo deja
filtrar amor de madre.
Yamile Carrillo
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